Lucía viene de una tercera generación de agricultores. Para ella y su hermana, el agro es un integrante más de la familia y su historia emprendedora se remonta a cuando era tan sólo una adolescente. A los 14 años, su padre trabajaba en el campo y vendía frutas para exportación. Un día, él le dijo si quería visitar la empresa para que su hija pudiera ver a qué se dedicaba. “Mis hermanos no querían ir, no les gustaba la idea, ellos preferían estar jugando y a mí siempre me llamaba la atención el mundo de la agricultura. Además, siempre tuve adoración por mi padre, su trabajo y de dónde venía el dinero que traía a casa”, comentó la emprendedora.
Desde ese momento, ella se interesó todavía más en el negocio y pudo entender de qué se trataba. Lucía vio lo bueno y lo malo, especialmente los aprendizajes difíciles. “Recuerdo que los años más duros fueron cuando empecé a trabajar por las mañanas y estudiaba el bachillerato por la tarde. Mi madre dijo que era una locura y que no podría hacer las dos cosas: estaba desde las 7 de la mañana hasta las 11 de la noche ocupada”, explicó Iborra.
A los 22 años, Lucía empezó con su primer emprendimiento, pero, en esa época, el negocio familiar estaba en crisis. “Mi padre quería vender más frutas, pero el consumo había bajado porque la gente prefería otro tipo de postres”, agregó. Así que la joven le dijo a su padre: “Yo creo que las personas no consumen tanta fruta porque no hemos sido capaces de venderla como se hace en los bares, es decir, abrir establecimientos de frutas preparadas, de jugos, de mezcla de frutas. Lo que ahora está tanto de moda. Si somos capaces de hacer eso, la gente empezará a consumir más”, pensó.
En ese momento, su padre no le dio mucha importancia, pero ella no bajó los brazos. La emprendedora siguió su instinto y escribió todas sus ideas en papel: qué haría, cómo diseñarlo, qué combinaría en las primeras mezclas de jugos y qué productos pondría en cada local. Años más tarde, después de la pérdida de su padre, Lucía decidió empezar desde cero. “Hice un emprendimiento de establecimientos de frutas y de jugos de fruta. En aquél entonces fue completamente innovador, no había nadie que hiciera eso por lo que podía o salirme bien o salirme mal y tuve la suerte de que a la gente le encantó el concepto”, explicó. Con el tiempo, Lucía abrió sus primeros establecimientos, pero sin la ayuda de sus hermanos quienes todavía seguían estudiando. “Fue un reto importante haber empezado sola porque en aquel momento no se hablaba tanto de buscar socios para emprender como sí se habla ahora. Era una época donde te ponías a hacer algo con o sin experiencia en el rubro”, aclaró Iborra.
Sin embargo, hacia el año 2000, surgió una crisis alimentaria grave en Europa, conocida como la crisis de las “vacas locas”, en la cual se descubrió que gran cantidad de la carne que se vendía en los supermercados estaba infectada. Esto detonó diferentes normas que le exigieron a los distribuidores la certificación y acreditación de los alimentos de riesgo. Lo que muchos vieron como una preocupación, Lucía encontró una gran oportunidad. “Todavía no habían salido las normas para las frutas y hortalizas y ahí es cuando yo pensé que aparecería algo que iba a impactar en el resto del mundo de la alimentación. Decidí hablar con una amiga que había estudiado agronomía y nos dimos cuenta de que necesitábamos ingenieros para trabajar con nosotros”, explicó la emprendedora. Luego de convencer a su amiga, Lucía empezó “Norma Agrícola”, la primera empresa certificadora de seguridad alimentaria de España. El proyecto consistía en grupos de auditores agrónomos que iban a las empresas y los campos a revisar de que todo se cumpliera según las normas.
“El referente mío siempre ha sido cambiar la agricultura siguiendo los parámetros que aprendí de mi abuelo y de mi padre. Nos identificamos con la honradez, el compañerismo y el querer ayudar. Eso siempre lo hemos llevado dentro y tratamos de transmitirlo”, aclaró la emprendedora.
Para dedicarse a su segundo proyecto, tuve que vender el primero. Esto le permitió obtener el dinero suficiente para invertirlo en Norma Agrícola. En esta oportunidad, Lucía contó con el apoyo de su hermana quien se convirtió en su principal socia. “Un día le dije a mi hermana que me gustaría que trabajaramos juntas. Sabía que aun siendo diferentes, compartíamos los mismos valores de empresa. Para nosotras, éstos eran seguir persiguiendo el sueño de cambiar la agricultura, pensar en nuestra comunidad y ayudar a los agricultores que no tuvieran recursos económicos”, dijo.
Los primeros dos años de Norma Agrícola tuvieron grandes desafíos. “Estuve con el auto dando vueltas por toda España explicando lo importante que era la seguridad alimentaria para todas las empresas. Durante ese tiempo no vendí nada. Después una crisis alimentaria, cambiaron la forma de ver las cosas. Ahí fue cuando todos los que habían recibido en algún momento nuestra tarjeta empezaron a llamarnos”, explicó Lucía.
Otra dificultad que se les presentó a las hermanas fue encontrar la manera de digitalizar una de las industrias más tradicionales de su país. “Nosotras teníamos mucha experiencia en entender a las empresas y habíamos auditado más de mil compañías y sabíamos lo que necesitaban. La idea era cómo pasar todo lo que escribían en planilla y estaban haciendo a mano, aplicarle tecnología y que les ayudara a tomar decisiones”, detalló. Sin embargo, su poco conocimiento en informática no fue una limitación porque conocían el agro a la perfección y sabían entender las necesidades de sus clientes. Con mucho esfuerzo, las hermanas armaron un equipo de informáticos y empezaron a digitalizar su emprendimiento.
Lo que en un principio fue un sueño, hoy se hizo realidad y alcanzó a más de veinte mil agricultores, llevan registrado el 15% de la superficie española y se extendió a más de diez países. ¿Cómo? VisualNAcert obtiene imágenes satelitales cada quince días que sirven para identificar plagas y malezas. También, el emprendimiento obtiene información de censores que permiten saber, punto por punto, qué está ocurriendo en un campo. Toda esta información se traduce en mapas para que la visualización sea fácil de entender para el agricultor. “Mi ilusión en este momento es democratizar y digitalizar la agricultura. Yo quiero que cualquier persona sin la necesidad de gastar mucha plata pueda acceder a esa información en su mano para poder mejorar el rendimiento de sus campos”, agregó.
“No hay nada más satisfactorio que ver cómo estamos cambiando la forma en la que nuestros clientes gestionan el campo y la agricultura. Nos queda muchísimo por hacer, pero siento que somos capaces de seguir avanzando. Para transformar el agro con digitalización hay que entender cómo se trabaja en el campo en cada uno de los países y cuáles son las peculiaridades de cada lugar”, concluyó Iborra.
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