Gracias a mi afortunado descubrimiento de las redes sociales, me topé hace un tiempo con un artículo escrito por un emprendedor, Mark Manson, que me impactó. Planteaba algo muy sencillo: todos podemos saber lo que queremos pero es más raro que nos planteemos con qué de todo aquello con lo que no estamos dispuestos a convivir. Es decir, qué sacrificios estamos dispuestos a hacer, qué sufrimientos vamos a tolerar y qué beneficios o comodidades podríamos resignar.
Para los intraemprendedores, aquellos que se dedican a desarrollar sus ideas en el marco de una empresa o estructura mayor que los engloba, los retos no son menores a los de quien decide crear su empresa, sino que son diferentes. Al desafío de hacer crecer una idea se suma el hecho de tener que lograrlo dentro de una organización que tiene ritmos propios, entusiasmando a sus pares y convenciendo muchas veces a sus superiores. Cediendo incluso aspectos de esa idea o proyectos que los hace tan geniales, precisamente en pos de normas y convenciones de esa organización que los contiene. Esto, por ejemplo, puede resultar especialmente difícil para quienes no estén dispuestos a resignar su autonomía.
Por eso, citando a Manson, la pregunta es: “¿Cuánto estás dispuesto a sufrir?” ¿Qué y cuánto uno está dispuesto a dar de su tiempo, ganas y esfuerzo para alcanzar el objetivo? La respuesta a esa pregunta no sólo ayuda a definir la capacidad emprendedora sino, fundamentalmente, define la mejor forma y el mejor lugar para desarrollar esa capacidad.
Hay quienes se sienten protegidos y a resguardo avanzando en proyectos dentro una compañía, innovando en el marco de una estructura mayor que los hace sentirse contenidos y les brinda estabilidad y tranquilidad, lo que redunda en mayor energía, foco y creatividad. Otros, por el contrario, pueden sentirse ahogados por normas y ritmos que no son propios y a los que les cuesta adaptarse, lo que tiene un efecto desestimulante sobre su potencial de desarrollarse. En cada caso, sabrán qué prefieren tener y, sobre todo, qué eligen no tener. Y, si no lo saben, mi consejo es precisamente este: no se queden sin contestarse esa pregunta.