Dedicada al mundo de los perfumes, Comimpar ha tenido que variar en más de una oportunidad su modelo de negocios. Las modificaciones en el cierre o en la apertura de las importaciones a lo largo de su existencia generaron algunas oportunidades en el mercado y sepultaron otras. Por eso es que para sobrevivir ha tenido que adaptarse y ofrecer productos distintos.
Desiderio Lainez, gerente general de la compañía, cuenta cómo ha sido la historia repleta de vaivenes que los trajeron hasta acá y cuáles son las expectativas hacia el futuro. Desde que comenzó, ¿cómo se ha modificado el modelo de negocios? La empresa nació con perfumes franceses, se fabricaba localmente. En el año 78 se abrieron las importaciones, y pasamos a ser representantes de una gran cantidad de marcas con renombre internacional: Paco Rabanne, Givenchy, Christian Dior, Lacoste. Estas marcas deseaban tener un aliado acá, un distribuidor para todo el país.
Pero en el 82, con la Guerra de Malvinas, se prohibieron todas las importaciones lujosas, y nuestros perfumes entraban en esa categoría. Para nosotros, significaba que se terminaba el negocio. Entonces fuimos a Francia a hablar con cada compañía para ubicarnos localmente. Los primeros que nos abrieron las puertas fueron los de Paco Rabanne, que nos desafiaron a desarrollar los frascos, estuches y las tapas. Teníamos permitido importar la esencia en sí, que venía en unos concretos de 100 kilos. A partir de ahí había que mezclar con alcohol, agua destilada, hacer la maceración y el filtrado.
¿Eran muy exigentes estas marcas en el proceso?
Sí, ellos vinieron a asesorarnos en cada etapa. Pero aprendimos mucho, nos hicimos expertos en la fabricación. Y eso fue lo que nos sirvió para estar preparados en el siguiente cambio: en el 91 se volvieron a abrir las importaciones. Además, coincidió con un gran cambio en el mercado internacional: se realizaron grandes alianzas entre las marcas, y se crearon dos grandes grupos.
Entonces, al tener un mayor respaldo, prefirieron instalarse ellos directamente en la Argentina y no tenernos como representantes.
¿Fue un momento de crisis? ¿Cómo siguieron con ese contexto?
Cuando perdimos las grandes marcas francesas sentimos que teníamos que emprender nuevamente, pero ya contábamos con una gran experiencia. Lanzamos el perfume de Susana Giménez con un éxito extraordinario. A partir de ahí, y hasta el día de hoy, continuamos fabricando para marcas locales y para diseñadores, como Benito Fernández y Laurencio Adot.
¿Cómo hacen para competir frente a empresas internacionales de tanto renombre?
Los que hacemos alta perfumería argentina contamos con una calidad de primera, totalmente comparable a la de los franceses. La gran diferencia es el marketing: a veces fabricamos para una buena compañía, pero no es Christian Dior. Pero los productos tienen un atractivo grande para el público, ya que tienen la misma calidad y cuestan un tercio del valor de un importado.
Su historia, ¿les brinda enseñanzas a futuro? ¿Están preparados para que las reglas de juego puedan volver a cambiar?
Es parte de la problemática que tenemos en el país: tener una regla clara hacia el futuro. Hoy estás prohibido, mañana estás aprobado, dentro de seis meses estás prohibido de vuelta. Es complejo. Eso hace, por otra parte, que la pyme argentina tenga mucho poder de reacción y pueda acomodarse a los diferentes problemas. Le hace agudizar el ingenio.
Eso produce que tengan una gran capacidad de adaptación…
Tenés que sobrevivir constantemente. Pasamos 10 años fabricando perfumes, y un día nos abrieron las importaciones y el producto dejó de ser atractivo. Si no nos hubiéramos adaptado, no estaríamos acá.