POR ALEX ROBBIO | Presidente y co-fundador de Belatrix
En todos mis años de experiencia, no hay demasiadas cosas de las que me arrepienta porque al final siempre he logrado superar los problemas y aprender de ellos. Pero si pienso en algunas decisiones que me han hecho pasar peor rato que otras, resulta claro que fueron aquellas relacionadas a promover a alguna persona que instintivamente me resultaba moral o éticamente dudosa.
Al haber estudiado psicología, soy demasiado consciente de que la percepción está sujeta a muchos prejuicios y distorsiones que tienen más que ver con quien percibe, que con el objeto percibido, y esto hizo que muchas veces tome decisiones sobre gente que iban contrarias a mis impulsos, justamente, por desafiar mis prejuicios y pensar que todos merecen una oportunidad. El desafiar nuestros modelos mentales es un ejercicio que siempre deberíamos hacer, ya que por lo general cada situación a la que nos enfrentamos es diferente a la anterior, aunque todos los elementos y factores sean iguales o muy similares a una situación anterior.
Con el tiempo aprendí a reconocer que esos impulsos o sensaciones son en realidad el resultado de la experiencia acumulada. Esas “corazonadas” nos llevan a actuar de determinada manera, aunque no siempre uno alcanza a entender exactamente todas las razones de las mismas, pero no por eso hay que ignorarlas completamente como lo hacía en el pasado. Hoy cuando me enfrento a una situación donde percibo un disonancia entre lo que intuitivamente sé de esa persona y lo que la razón y la lógica proponen, me pongo en alerta y trato de refutar o confirmar esos temores, por ejemplo conversando con otros, observando conductas pasadas, chequeando referencias, etc.
Una de las historias que me quedaron grabadas en mi cabeza se remonta a nuestros comienzos como empresa. Recuerdo haber promovido a una persona del área técnica a un rol en el sector comercial. De alguna manera, claramente intuitiva, sabía que esa persona podía mostrar problemas éticos, pero al mismo tiempo era muy inteligente, hablaba excelente inglés y había hecho un buen trabajo en su rol técnico. Convencido por sus calificaciones y su historial –y decidido a callar las sensaciones menos objetivas–, minimicé la incomodidad que me causaba la idea de tener esta persona representando a la empresa o teniendo acceso a información confidencial, clientes, etc. Si esta fuera una historia inspiradora y de superación personal, en este punto debiera contarles que esta persona tuvo un gran desempeño y hoy es un referente dentro de la compañía. Lamentablemente no es el caso. Los resultados fueron muy negativos ya que luego de unos meses, descubrimos que esta persona no sólo estaba usando su tiempo en la empresa para armar una compañía propia para competir directamente con Belatrix, sino que además estaba contactando a nuestros propios clientes y prospectos ofreciéndoles sus servicios.
Pero que no se malinterprete: la lección aprendida aquí no es seguir tu instinto, sin importar qué te diga la situación. Sobran historias de valientes que, parados frente al tren, gritaron: ¡caiga quien caiga! Lo importante es conseguir ese equilibrio entre lo que la intuición y la experiencia dicen y contar con la mayor información posible y la gente adecuada para que tomar decisiones difíciles tenga el mejor resultado posible.