Por: Sofía Smolar
“No hay otro proyecto como el nuestro”. Pocos emprendedores se arriesgarían a decir tal afrmación. Una es Kris McDivitt Tompkins.
Desde los Esteros del Iberá, en Corrientes, la emprendedora estadounidense de 67 años continúa y fortalece el proyecto de conservación ambiental que en 1992 comenzó con su marido y trasgresor empresario, Doug Tompkins, y que hoy se nomina Conservation Land Trust. Ex CEO de la empresa Patagonia, Kris entendió que la diferencia entre un proyecto bueno y uno grandioso radica en el trabajo duro y en la posibilidad de tener sueños muy altos –casi utópicos–. “Cada una de las ochenta personas que trabajan en nuestra fundación, te dirá que quiere cambiar el mundo”, asegura, con un cálido español. “La motivación nunca fue un problema, porque el propio trabajo de la naturaleza es lo que los mantiene motivados; yo no tengo que hacer un esfuerzo para que eso suceda, más que ser su amiga y estar unida a ellos”.
Lo que hace veinte años atrás la sociedad catalogaba, erróneamente, como “empresarios estadounidenses apropiándose de tierras argentinas”, hoy es una de las más importantes organizaciones de conservación ambiental del país, que lleva adelante cinco proyectos de restauración de ecosistemas y reintegración de especies en territorios claves de Corrientes, Misiones, Santa Cruz y Chaco. De las 80 personas que son parte de Conservation Land Trust, 30 son técnicos especializados, y 50 son gente local de cada provincia que se desempeña en trabajos de campo, mantenimiento y servicios, entre otros. Con el trabajo en equipo, la fundación donó al Estado argentino más de 78 mil hectáreas protegidas y, en 2016, firmó un acuerdo con el presidente Mauricio Macri que confirma la donación de 150 mil hectáreas para la creación del Parque Nacional Iberá (Corrientes). “Después de tantos años, logramos que el pueblo argentino confiara en nosotros, a través de los hechos: porque los hechos hablan más que las palabras, y eso fue lo que nos hizo ganar”, agradece Tompkins.
LAS MANOS EN EL CIELO
Cuando la bióloga Sofía Heinonen Fortabat conoció a Doug, no imaginaba que terminaría siendo la coordinadora general de su organización. “Era 2003 y yo estaba acompañando a Juan Carlos, mi marido en ese entonces, en un taller en el Estero del Iberá”, cuenta Sofía. Ella trabajaba en la Administración de Parques Nacionales, particularmente con el relevamiento de especies en esa zona. “Pero esa vez yo estaba como la ‘mujer de’ y tenía a mi primer bebé en brazos, así que me acomodé en una esquina de la sala para no molestar. Doug (Tompkins) llegó tarde, entró en silencio y, en vez de ir a sentarse con los conservacionistas, se sentó al lado mío. No le importó quién era el más poderoso ahí, y conversamos varias horas”.
Los Tompkins le ofrecieron el trabajo a su ex marido. La propuesta en ese entonces era irse a vivir a San Alonso en el medio del campo, y que aprendiera a volar para ser piloto. Pero él lo rechazó. “Yo me fasciné con la propuesta, y le escribí a Doug una carta a mano que decía ‘yo voy’. Nunca recibí su respuesta”, cuenta Heinonen. Pero a los tres años, lo volvió a cruzar y encontró a Doug dando batalla contra la construcción de unos terraplenes en Corrientes; y en medio de esa pelea, le pidió a Sofía que se uniera al proyecto. Ella agarró a sus chicos y se fue a vivir a la Estancia San Alonso, en los Esteros. Como no había colegio, creó una escuela en el medio de la cuenca para que sus hijos pudieran continuar los estudios primarios y secundarios. Sentada ahora en un bar de la estación de Retiro, recién llegada de Corrientes, sonríe y recuerda: “para mí, fue como tener las manos en el cielo”.
¿Qué le pedían los Tompkins? Que lograra hacer el Parque Nacional, que trajera de vuelta las especies que se habían extinguido, y que analizara el uso y la tenencia de toda la cuenca para poder identificar si había tierras fiscales que pudieran sumarse a la conservación. Sofía tenía con qué entretenerse pero necesitaba conformar un equipo.
En ese mismo momento, el biólogo Ignacio Giménez Pérez estaba viajando con su familia en auto por la ruta austral de Chile y, de casualidad, atraviesa Pumalín, la primera gran reserva que crean los Tompkins. De origen y formación española, en el año 1994 Ignacio realizó una maestría en Manejo y Conservación de la vida silvestre, en Costa Rica, y durante los siguientes diez años trabajó en países de Centroamérica y África, especialmente en Madagascar.
“Cuando pasé por Pumalín, me sorprendí: eran tierras privadas pero manejadas como si fueran un parque nacional público, con muy buena calidad pero con el mismo tipo de servicios. ‘¿Quién es esta gente?’, me pregunté. –Relata el conservacionista español– Primero pensé que estaban locos y, luego, que eran capaces de hacerlo. Por lo tanto, si así era, yo quería formar parte de eso”.
Entonces, ahí estaban, casi por casualidad, las tres visiones reunidas en los Esteros del Iberá: la empresarial con Doug y Kris, la pública con Sofía y la conservacionista con Ignacio. “Los tres grupos teníamos visiones muy diferentes y complementarias. Esa combinación fue muy poderosa, porque lo que se intentaba hacer era realmente muy complicado y ambicioso. Si los Tompkins hubieran salido a buscar a la gente adecuada, por más dinero que tuvieran, estoy seguro de no hubiese salido igual”, aclara Ignacio, actual director de CLT.
LOS PIES EN LA TIERRA
Cuando comenzaron a instalarse en el territorio, la primera reacción de la gente fue virulenta. El biólogo Gimenez Pérez define a los años entre 2005 y 2008, como los tiempos del cólera. “Pero en el momento en que las comunidades comenzaron a ver que la recuperación de la fauna generaba oportunidades de trabajo, cambió todo. Los primeros que lo entendieron fueron los municipios, y aquello que antes era resistencia política se transformó en apoyo”, dice.
Una de las claves para lograrlo fue estar en el lugar. El modelo de equipo de los Tompkins era y es muy novedoso, porque plantea que los directores de los proyectos deben vivir en el terreno, en las reservas, y esto es excluyente. “Esta posibilidad te da una capacidad de reacción, de información y de estar sobre la jugada, que sería imposible de percatar estando a la distancia”, explica Ignacio. Según Sofía Heinonen, lo mismo debería suceder con los organismos públicos: actualmente, Parques Nacionales es el único que tiene presencia en casi todas las provincias. “Desde Buenos Aires es difícil ver la oportunidad. Hay que estar en territorio porque si no se toman decisiones en base a percepciones erróneas de la realidad. –explica la coordinadora de CLT– En los ecosistemas, los escenarios mutan constantemente: redefinimos nuestra estrategia cada tres meses porque el feedback es muy cambiante”. El facilismo y la comodidad son vistas como el peor opositor de la organización; y las ciudades como fuentes de esa ilusión.
LOS OJOS EN EL MAR
La autoridad nacional de pesca posee un consejo federal, una institución que está representada por las cinco provincias que tienen costa marítima. Esos representantes se reúnen por semana a determinar la política pesquera de nuestro país. Sin embargo, los bienes y servicios del mar no pertenecen a las cinco provincias costeras, sino que pertenecen a todo el país. El que explica esta situación es el biólogo Santiago Krapovickas, actual coordinador del proyecto de creación de Parques Nacionales Marinos, desde CLT. “Un jujeño es tan dueño de los recursos marinos como esas cinco provincias y le interesa tanto los ecosistemas como a un habitante de Buenos Aires o de Tierra del Fuego. Es fundamental que los ciudadanos estén más alertas de lo que le pasa al mar, simplemente porque les pertenece”.
Desde siempre, Kris Tompkins tuvo mucho interés por la conservación del mar. Ella fue quien ayudó al gobierno argentino a crear en 2004 el primer Parque Nacional Costero Monte León ubicado en la provincia de Santa Cruz, en casi 60 mil hectáreas. Si bien la diversidad de aves y mamíferos marinos abunda en el área, el parque llega hasta el mar pero no incluye el agua. “Hasta ahora, en CLT la protección de áreas marítimas estaba en carpeta, y a partir del año pasado, me sumé al equipo para reactivar el proyecto”, cuenta Krapovickas.
El 8 de julio, en el Día Mundial de los Océanos, se firmó el decreto reglamentario para que la Administración de Parques Nacionales sea la autoridad de aplicación de la ley para proteger la biodiversidad y los ecosistemas del mar, que se había sancionado en 2014. Para Santiago es el momento justo: “Por ejemplo, el mar patagónico (el mar que rodea el Conosur) es un mar bastante rico y muy productivo. Comparado con otros sectores de mares templados del mundo, todavía se mantiene en un estado aceptable. Si bien, hay señales de impacto ambiental, provocado, entre otros, por actividades humanas, no podemos decir que el daño sea definitivo; al contrario, es un momento excelente porque todavía no me hemos llegado a un estado irreversible”.
LA MENTE EN OTRO PLANETA
En Argentina, solo el 6% de tierras y el 3% de áreas marítimas están protegidas por el organismo de Parques Nacionales. En España, por ejemplo, son el 27% y el 10%, respectivamente. Según Heinonen, la responsabilidad de proteger es de los organismos públicos, y principalmente de las provincias, que si no ceden jurisdicción, la Nación no puede ingresar a hacer su trabajo. Pero “la oportunidad“ es de los ciudadanos y siempre a través del Estado.
Conservation Land Trust demuestra que hay un nuevo campo de trabajo que es necesario y se relaciona con el bienestar de las personas, que implica, excluyentemente, una nueva economía: de crecimiento al infinito a restauración al finito. Un cambio de paradigma. “Ahora el desafío es que se prueben cosas, y si salen mal, mejorar rápido: una cultura más emprendedora y menos conservadora. Sucede que si una especie se extingue porque no hicimos nada, suele ser más admitido que el error de haber intentado algo y que te salga mal. El no hacer es decidir no hacer nada, y debemos entender que eso tiene un costo”, cuenta Ignacio Giménez Pérez, desde el Iberá.
“¿De dónde nace el próximo líder del conservacionismo?”, le preguntan a Sofía. Y ella contesta: “no es un científico ni un investigador, sino que nace de la comunidad emprendedora. Necesitamos más energía emprendedora en el cuidado de nuestra tierra”.