Eli creció en una pequeña comunidad en Jerusalem, Israel. Cuando tenía solo 6 años de edad y volvía de la escuela, vio frente a sus ojos cómo explotó un micro escolar. Era el primer ataque terrorista que había presenciado, nunca había visto uno ni en su vida ni el la televisión porque se trataba del atentado en Israel. “Recuerdo personas pedir ayuda, gritando por sus vidas. El bus estaba cubierto en llamas y recuerdo a alguien pedir por ayuda. Delante de mí había un hombre mayor muy herido y no podía ayudarlo. Me fui corriendo porque era muy chico y no sabía como hacerlo”, explicó Beer.
A lo largo de los años, Eli se dio cuenta que ese momento sería un disparador en su vida. No sabía si esa persona fue rescatada o si murió. Así nació su deseo de querer salvar vidas. A los 15 años, Eli hizo el curso de paramédico y se sumó a las ambulancias para salvar vidas. Llevaba todos los materiales necesarios y estaba listo para ayudar. La primera mujer que atendió fue una señora quien sufrió un paro cardíaco y no sobrevivió. La ambulancia había llegado demasiado tarde por culpa del tráfico de la ciudad y no había nada más para hacer.
“No entendía por qué. Habíamos hecho todo bien: le dimos un tuvo de oxígeno y seguimos todos los procedimientos. Pero aún así no pudimos salvarla”, recordó el emprendedor. A continuación, fueron a atender a otro paciente que había sufrido un accidente de auto, pero, una vez más, llegaron demasiado tarde.
El antes y el después
Otro caso. Un día recibió un llamado de una madre que estaba desesperada porque su hijo se estaba ahogando. Inmediatamente salieron para allá pero tardaron 21 minutos en llegar y cuando subían las escaleras de la casa, notaron por los gritos que el niño no respiraba más. También se acercó un doctor que vivía a dos cuadras y cuando vio la ambulancia estacionada, preguntó si necesitaban de su ayuda. La paradoja: si ese doctor hubiera sabido que el niño se estaba ahogando, podría haberlo salvado. “Fue el peor día de mi vida. Ahí me di cuenta que las ambulancias no salvan, las personas lo hacen”, confesó Eli.
Sin ir más lejos, el emprendedor comenzó a crear una red de personas que fueran capaces de atender emergencias antes que las ambulancias pudieran hacerlo. Primero empezó con sus familiares y amigos más cercanos. ¿El problema? Cómo saber rápidamente el momento en el que ocurre una emergencia. Eli habló con la autoridad en Israel para contarle sobre la idea. Le preguntó si podía compartirle las llamadas cuando las recibiera. Él respondió: “¿Estás loco? ¿No tenés nada más que hacer? El sistema funciona así en Israel y en todos los países del mundo”.
“No teníamos el apoyo que necesitábamos. Pero si te cierran una puerta, abrís una ventana”, remarcó Beer. Así fue como recurrieron a los viejos “walkie-talkies” y los programaron para que interceptaran las llamadas. No era la solución más legal de todas, pero a los 16 años todo parecía posible.
El primer paciente
“Junté a 15 de mis amigos y empezamos a escuchar las llamadas. Estabamos entrenados para hacerlo. Un día recibimos una llamada de que había un accidente cerca y salimos. Llegamos lo más rápido que pudimos”, comentó el emprendedor. Eli se encontró con un hombre que estaba sangrando por su cuello, rodeado de personas que lo miraban sin reaccionar ni saber bien qué hacer. Tomó su kipá, lo quitó de su cabeza y presionó sobre la herida hasta que la sangre dejó de salir. Este fue el primer hombre que salvó.
Dos días después, Eli recibió un llamado de un número desconocido. Quien estaba detrás del teléfono era el hijo del hombre al que salvó unos días antes. El joven contó que su padre estaba recuperándose en el hospital y que gracias a su atención, hou era un hombre vivo. Lo invitó a pasar y visitar. Eli fue y se encontró con un hombre muy débil, pero que lo reconoció y le dio un abrazo. “Cuando le vi su brazo noté que tenía una serie de números en su piel y que había sido un sobreviviente de Auschwitz. Fue uno de los momentos más lindos de mi vida”, confesó Beer con emoción.
A pesar de que el caso fue un éxito, no podía usar su kipá como la solución a todo. El emprendedor compró un kit de primeros auxilios para los próximos llamados y lo llevaba a todos lados en su auto. El plan era llegar al lugar antes de 90 segundos. Si bien el tiempo que buscanan era bastante ambicioso, el número se volvería más real cuanto más gente se sumara a la red. “Comenzamos a contar lo que hacíamos en todos lados y a llevar a Hatzalah a todas las ciudades. Pero nos dimos cuenta de que éramos todos judíos. Yo quería que se sumaran cristianos y musulmanes también. Ahí fue cuando decidimos cambiar nuestro nombre a United Hatzalah of Israel”, agregó Eli.
United Hatzalah hoy
Con el tiempo, lo que surgió como un plan entre 15 voluntarios y 2 walkie talkies, hoy es una red integrada por más de 6000 voluntarios que eligen formar parte sin cobrar nada a cambio y cuentan con todo el equipamiento que necesitan. Cuentan con la mejor tecnología de Israel: si hay una emerhencia, la persona recibe una alerta en su teléfono y corren inmediatamente a ayudar. Lo mismo ocurre con las ambulancias, les informan cuándo sucede algo. La app cuenta con un sistema de geolocalización que envía la alerta a los 5 voluntarios más cercanos. “Empezamos con un tiempo promedio de respuesta de 17 minutos. Hoy lo tenemos en menos de 3 y, en Jerusalem específicamente, llegamos en 90 segundos. Ya tratamos a más de 3.5 millones de personas. Lo hacemos de forma gratuita en más de 20 países”, compartió el emprendedor.
Antes de terminar, Eli invitó a los argentinos a formar parte de la red de voluntarios revolucionarios más grande del mundo. De par a par.