“Creo que una cosa que trabajamos los emprendedores es la flexibilidad, muchas veces, remar en mármol. Muchas veces, emprender significa arriesgarse, tener que volver al timón cuando uno quiere dejarlo. Esa es la primera ley de todo emprendedor”. Así comenzó el relato de Inés. Su historia no siempre fue tan glomorosa ni exitosa diseñando para grandes marcas. Sino más bien, los orígenes empiezan con el el deseo de darle un freno a la vida, dejar de hacer tanto a la vez y ponerle foco a algo solo. “Hay veces que necesitamos parar y dejarnos encontrar. Esto de ser frenéticos y querer llenar vacíos es un problema. Tenemos que entender que el vacio de todo es la oportunidad de todo. A veces hay que alivianarse, dejar que las cosas nos encuentren y que nos llegue lo que nos tiene que llegar”, confesó la emprendedora.
Cuando era chica, lo que fue un problema, hoy se convirtió en la clave de su éxito. Desde jóven, Inés tenía fuertes dolores de cabeza lo que llevaban a que le hicieran un monton de estudios para entender las causas. Siempre le respondían que era por alergia pero esa respuesta no le convencía. En ese entonces, ella decidió viajar a París y cumplir el sueño de pintar y estudiar arte allá. Pero, sus migrañas se volvieron cada vez peores y pudieron diagnosticarle “olfato absoluto”, capacidad superior de poder sentir muchos olores. En consecuencia, los especialistas le recomendaron a Inés obstruirle un poco las fosas nasales para reducir esa molestia. Pero no aceptó.
Después, Inés viajó al sur de Francia a desarrollar su carrera como perfumista. Si bien empeó a trabajar con primeras marcas destacadas internacionalmente, como Hermes y Chanel, no sentía que era su lugar. “Estar adentro de un laboratorio no era lo mío. Estoy convencida de que una parte de mí tiene que estar en contacto con la naturaleza como la montaña, la selva. Y ahí no era feliz. A la larga, nuestra única respinsabilidad en la vida es encontrar esta felicidad”, compartió Berton.
A los 21 años, Inés visitó Nueva York y consiguió un trabajo en el museo Gugenheim. Su nuevo empleo consistía en escribir distintas publicaciones sobre arte latinoaméricano. Era la vida perfecta: vivir en una de las grandes ciudades del mundo, trabajar en un lugar prestigioso con todo por delante y ganas de dar a conocer su talento. Aún así, todavía no había encontrado su lugar, o como le gusta decir a Inés, “su latido”.
Un día, la emprendedora entró a una casa de té cerca de su trabajo. Su primera impresión fue encontrar un montón de latas con distintos aromas y dijo: “Yo quiero esto, con esto y con un poco de esto”. Y la dueña del local se daba cuenta de que toda la gente que hacía la fila quería lo mismo que yo. Y un día le dijo: “Inés, nos encantaría que te vengas a trabajar con nosotros”. No lo dudó un segundo. Finalmente, había encontrado su lugar. “Recuerdo llamar a Buenos Aires a mi padre, abogado, de familia tradicional. Le dije: ‘Papá, dejé el museo. Ahora voy a hacer té’. Y él, desde el otro lado, me contesta: ¿Test vocacional?. Le respondí: ‘No, té para tomar’, explicó Berton. Así fue como arriesgó todo. “Tomé esa decisión sin pedir permiso porque estaba convencida de lo que quería hacer, por más que hubiese elegido el camino menos transitado”, aclaró con una sonrisa.
“Encontré que el té es el segundo producto de mayor consumo en el mundo. Y lo mejor de todo es que no conoce fronteras: uno está en cualquier parte del mundo con una taza y una tetera panzona, y ya sabés que significa compañía”, explicó Berton.
En el 2001, Inés volvió a la Argentina y se encontró con una fuerte crisis económica y social. Además, también sufrió la pérdida de su casa por culpa de un incendio absoluto. Igualmente, su reconstruyó y demostró que los proyectos empiezan a lo chico: Tealosophy es una compañía que nace con u$D 132 ¿Cómo? Secando naranjitas en el horno de su nueva casa.
“Las cosas pasan estando en estado esponja y en tiempos de crisis. Algunos lloran y los emprendedores venden pañuelos. Me di cuenta que el té es un lujo accesible, sin culpa: es sacar un commodity y llevarlo al próximo nivel”, comentó Inés. El primer año saltaron de 500 a 14 mil kilos. Luego llegaron INTIZEN junto a Guillermo Casarotti y Chamana, dos marcas con presencia en 25 países.
Después de tanto probar y construir, Inés reflexionó: “Entendí que uno es uno. La pasión y lo auténtico lo cambia todo. Tenemos que cambiar el competir por compartir, con dejar el ego un poco de lado y armar equipos que sepan más que uno. Uno puede hacer camino desde el corazón, sin aplastar al otro, dejando una huella”. Según la emprendedora, “la visión sin ejecución es alucinación”. En otras palabras, cuando uno arma su equipo, se busca gente que esté dispuesta a volar y gente que quiera aterrizar. El secreto: Soñar pero armar equipos inteligentes.